El águila llama (Artys Arryn)

La tarde avanzaba pesadamente guiada por el trascurso del astro rey por el firmamento de Serbaledo. Las nubes danzaban con su estela como infantes traviesos jugando al escondite. Valerya se distrajo viendo sus formas durante unos segundos, lo justo para descansar la vista de los interminables listados de números esparcidos en pergaminos y libros sobre la mesa. Esas motas de tintas representaban el sostén más firme de su tierra. Su bienestar, su economía, la seguridad de sus gentes y hasta su mismo destino descansaban sobre algo tan pequeño y frágil como una vela perfumada.

Pero así debía ser, las cosas más perfectas suelen ser sutiles. Le gustaba pensar que ella misma cumplía con esa regla. Los hombres no temen a la belleza ni a los delicados rasgos que la definen. Craso error, no hay nada más fácil de franquear que un caballero distraído con los escudos bajados. Y ella siempre tuvo un don para bajar escudos y alzar otras cosas. Apuntó una última anotación del envío de velas a Punta Zarpa cobrado esa misma mañana y cerró el libro de tapas gruesas de cuero rojizo. El sol moría y con él su voluntad de seguir dedicada a tareas tan arduas.

Ordenó que le prepararan un baño y se dejó atender por sus doncellas. El aroma de las velas encendidas se mezcló con los aceites relajantes vertidos en el agua creando una atmósfera cálida y onírica. Valerya cerró los ojos y se dejó enjabonar hasta que el agua se quedó fría. Apenas habían envuelto su cuerpo en una toalla cuando uno de sus lacayos llamó a la puerta de sus aposentos anunciando la llegada de visitantes a la fortaleza. El nombre del recién llegado que le entregó el sirviente como si fuera una contraseña no era desconocido para ella, Ser Artys Arryn.

Sus tierras estaban lo suficientemente próximas como para que ambas familias se conocieran, aunque a decir verdad ella aún peinaba trenzas cuando se vieron por última vez. Por algo era su padre el que se encargaba de mantener las relaciones diplomáticas con los nobles vecinos cuando éste vivía. La señora de Serbaledo dio las órdenes oportunas con la seguridad que da la rutina. Servirles el pan y la sal, disponer de acomodo para el caballero y sus hombres, preparar las habitaciones, avisar a las cocinas y adecentar el salón para la cena. Ella acabaría de vestirse cuando todo estuviera dispuesto.

Bajó sin prisa alguna hasta el salón principal sabedora de que su invitado habría recibido la hospitalidad de su casa. Al llegar comprobó que los hombres tenían copas de vino en las manos y que algunas de sus doncellas y caballeros charlaban educadamente con los recién llegados. Se volvieron hacia ella en cuanto avanzó unos pocos pasos en la estancia pero ella no se inmutó. Atraía las miradas de los hombres cuando entraba en una sala desde su primera sangre de luna, no era nada nuevo para ella. Un hombre se adelantó separándose del grupo. Supuso sin miedo a equivocarse que se trataba de Ser Artys. - Bienvenido a Serbaledo Ser Artys. Siempre es un placer recibir la visita de un miembro de la casa Arryn. - aguardó a la respuesta protocolaria manteniendo su estudiada sonrisa. - Será mejor que no hagamos esperar más a vuestros hombres, ser. Estaréis hambrientos y cansados. Si me hacéis la merced de acompañarme a la mesa, hablaremos mientras cenamos.

Que la independencia de Serbaledo era primordial, estaba fuera de toda duda. Gracias a ella había podido florecer sin la lacra de costosos aranceles, el más que beneficioso comercio de velas perfumadas. Y esa independencia se asentaba firmemente en la neutralidad de la casa Waxley, al menos esa era la creencia de su actual señora. Si bien era cierto que su progenitor había mantenido buenas relaciones con el padre del famoso caballero halcón, también lo eran con la mayoría de señores del Valle, incluido aquel que se hacía llamar rey por encima del resto.

En eso pensaba la dama mientras observaba a Ser Artys. Pero los tiempos cambian y con ellos hay que adaptarse para prevalecer. Las amistades de su padre no tenían por qué ser forzosamente las propias. Además llevar la contraria a su difunto señor le otorgaba un pequeño placer privado nada desdeñable para Valerya. Sus ojos brillaron con un destello momentáneo disfrutando de la ventaja que le daba conocer cierto dato que su interlocutor desconocía. - En realidad ya nos conocemos Ser. Pero no os azoréis yo era una infante flacucha que aún peinaba trenzas cuando visité brevemente vuestro feudo con mi padre. Es natural que no lo recordéis. Yo en cambio si recuerdo el orgullo de vuestro padre cuando hablaba de vuestra destreza con la espada. El tiempo le ha dado la razón sin duda.

Agitó con gracilidad la mano delante del caballero para quitarle toda importancia al hecho de no haberse anunciado con anterioridad. - No os preocupéis. ¿A quien no le gustan las sorpresas? - su sonrisa bailó en sus labios nuevamente mientras le tendió la mano para que la guiara a la mesa. Una vez estuvieron sentados la coreografía de sirvientes comenzó a fluir por la sala. Primero las jarras de vino fueron llenando las copas antes de descansar en las mesas al alcance de los coperos. Las primeras bandejas en llegar a las mesas trajeron pequeñas cuñas de queso acompañadas de uvas, empanada de lamprea y pescado asado. Más tarde les sucederían el asado de cochinillo y las codornices en salsa de ciruelas. Serbaledo sabía como agasajar a sus invitados.

- Todo el Valle conoce ese detalle Ser. Pero nada debéis temer en mis tierras. Mientras seáis mi invitado podéis consideraros a salvo. - probó el vino paladeando el caldo con gesto crítico antes de asentir satisfecha. - Y decidme Ser, ¿contaré con el placer de vuestra compañía una temporada o sólo estáis de paso por mis dominios? Os confieso que habéis despertado mi curiosidad sobre los asuntos que os han hecho llamar a mi puerta.