Age of Heroes
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It started out as a feeling [Nymeria]
2 participantes
:: Maps and Nautical Charts :: Poniente :: Dorne :: Lanza del Sol
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It started out as a feeling [Nymeria]
El Príncipe Mors Martell había partido de su asentamiento a la primera luz del alba, para evitar tener que aguantar las horas de mayor calor durante el viaje. No era una travesía muy larga, pues su destino era la Ciudad de los Tablones, a unas cuatro horas a caballo de Lanza del Sol. Llegó cuando el Sol empezaba a calentar las arenas. No era aún mediodía pero ya empezaba a notarse un calor que habría podido calificarse de asfixiante de no ser por la ligera brisa marina que soplaba cerca del puerto de la ciudad. Los asuntos que habían llevado al Príncipe a aquella ciudad eran de índole diplomática, si es que esa palabra entraba en el vocabulario del despreocupado Martell. Pero lo cierto era que además de eso, la presencia habitual de mercaderes y extranjeros cerca del puerto avivaba el interés de Mors. Además de hacer aliados, las visitas a Ciudad de los Tablones le permitía inspeccionar cuáles de los jóvenes allí residentes, mozos de cargas y estibadores le podrían ser útiles como compañeros de armas. Y quizá como entrenamiento espontáneo con la lanza.
Permaneció en la ciudad hasta el atardecer, cuando el Sol caía y le resultaría más cómodo emprender el viaje de vuelta. Pero antes de hacerlo pasó por los improvisados puestos de los mercaderes, que a menudo traían especias y otros productos de más allá del Mar Angosto. Después de eso, emprendió el camino a Lanza de Sol, y esta vez traía consigo una variedad de perfumes para Nymeria, de aromas frescos y afrutados, que había comprado en uno de los puestos. Las horas del viaje de vuelta se le hicieron más pesadas debido a la creciente oscuridad de la noche y a la añoranza por llegar a su asentamiento y más concretamente a sus aposentos con su esposa.
Aún en la penumbra nocturna, en la que tan solo arrojaba algo de luz una preciosa luna llena, pudo reconocer Lanza del Sol, alzándose solitaria entre las arenas del desierto y el mar. Espoleó a su corcel de la arena para llegar cuanto antes,aunque ya era algo tarde. Sin embargo, cuando cruzó la primera muralla, contempló la habitual actividad de la ciudad en esas horas, ya que sus habitantes aprovechaban la caída del sol para hacer vida fuera de sus hogares. Sin embargo, en la zona adyacente a la torre principal todo estaba en calma. Descendió de su caballo y él mismo lo llevó hasta el pequeño establo. No necesitaba que nadie viniera a hacer aquello por él. Que fuera el príncipe de Lanza del Sol no le convertía en un inútil. Minutos después enfilaba las escaleras que llevaban a sus aposentos. Cuando llegó a la puerta, ya prácticamente estaba empezando a desprenderse de la fina prenda que cubría su torso. Abrió la puerta, esperando encontrar a Nymeria ya acostada, debido a las altas horas de la noche a las que llegaba. Sin embargo, la cama estaba vacía, y la princesa se encontraba en el rincón de la alcoba donde tenían desplegado un mapa de Dorne, enfrascada en sus pensamientos. Si le oyó llegar, no hizo ademán de moverse de donde estaba. Mors se acercó a ella mientras la contemplaba. Había quedado prendado de ella desde el primer momento en el que vio en sus ojos una pesada carga de sufrimiento y amargura, carga que él se sintió forzado por sí mismo a aliviar de los hombros de Nymeria. A la luz de los barcos en llamas de la princesa habían contraído matrimonio, y desde entonces no había existido para Mors más mujer que la que cohabitaba su lecho todas las noches -Esperaba encontrarte dormida -murmuró quedamente cuando llegó hasta ella, y sin darle tiempo a que se diera la vuelta, rodeó el cuerpo de su esposa con sus desnudos brazos, y depositó un beso sobre uno de sus hombros. Sobre el mismo hombro en el que luego apoyó su cabeza, para dirigir su vista hacia el mismo mapa que contemplaba ella. Nymeria se podía pasar horas contemplándolo, trazando planes en su cabeza, que en ocasiones compartía con Mors pero en otras se guardaba para ella. Y quizá debido a su corta edad y a sus jóvenes y poco sufridos 24 días del nombre, no le daba tanta importancia a esos asuntos como lo hacía su esposa. Pero entendía que para una mujer de recio carácter y vida tormentosa y errante, quizá Lanza del Sol se le quedara demasiado pequeño. Y él internamente sabía que sería capaz de acceder a cualquier petición de la princesa extranjera que le había robado el corazón.
Permaneció en la ciudad hasta el atardecer, cuando el Sol caía y le resultaría más cómodo emprender el viaje de vuelta. Pero antes de hacerlo pasó por los improvisados puestos de los mercaderes, que a menudo traían especias y otros productos de más allá del Mar Angosto. Después de eso, emprendió el camino a Lanza de Sol, y esta vez traía consigo una variedad de perfumes para Nymeria, de aromas frescos y afrutados, que había comprado en uno de los puestos. Las horas del viaje de vuelta se le hicieron más pesadas debido a la creciente oscuridad de la noche y a la añoranza por llegar a su asentamiento y más concretamente a sus aposentos con su esposa.
Aún en la penumbra nocturna, en la que tan solo arrojaba algo de luz una preciosa luna llena, pudo reconocer Lanza del Sol, alzándose solitaria entre las arenas del desierto y el mar. Espoleó a su corcel de la arena para llegar cuanto antes,aunque ya era algo tarde. Sin embargo, cuando cruzó la primera muralla, contempló la habitual actividad de la ciudad en esas horas, ya que sus habitantes aprovechaban la caída del sol para hacer vida fuera de sus hogares. Sin embargo, en la zona adyacente a la torre principal todo estaba en calma. Descendió de su caballo y él mismo lo llevó hasta el pequeño establo. No necesitaba que nadie viniera a hacer aquello por él. Que fuera el príncipe de Lanza del Sol no le convertía en un inútil. Minutos después enfilaba las escaleras que llevaban a sus aposentos. Cuando llegó a la puerta, ya prácticamente estaba empezando a desprenderse de la fina prenda que cubría su torso. Abrió la puerta, esperando encontrar a Nymeria ya acostada, debido a las altas horas de la noche a las que llegaba. Sin embargo, la cama estaba vacía, y la princesa se encontraba en el rincón de la alcoba donde tenían desplegado un mapa de Dorne, enfrascada en sus pensamientos. Si le oyó llegar, no hizo ademán de moverse de donde estaba. Mors se acercó a ella mientras la contemplaba. Había quedado prendado de ella desde el primer momento en el que vio en sus ojos una pesada carga de sufrimiento y amargura, carga que él se sintió forzado por sí mismo a aliviar de los hombros de Nymeria. A la luz de los barcos en llamas de la princesa habían contraído matrimonio, y desde entonces no había existido para Mors más mujer que la que cohabitaba su lecho todas las noches -Esperaba encontrarte dormida -murmuró quedamente cuando llegó hasta ella, y sin darle tiempo a que se diera la vuelta, rodeó el cuerpo de su esposa con sus desnudos brazos, y depositó un beso sobre uno de sus hombros. Sobre el mismo hombro en el que luego apoyó su cabeza, para dirigir su vista hacia el mismo mapa que contemplaba ella. Nymeria se podía pasar horas contemplándolo, trazando planes en su cabeza, que en ocasiones compartía con Mors pero en otras se guardaba para ella. Y quizá debido a su corta edad y a sus jóvenes y poco sufridos 24 días del nombre, no le daba tanta importancia a esos asuntos como lo hacía su esposa. Pero entendía que para una mujer de recio carácter y vida tormentosa y errante, quizá Lanza del Sol se le quedara demasiado pequeño. Y él internamente sabía que sería capaz de acceder a cualquier petición de la princesa extranjera que le había robado el corazón.
Mors Martell- Realeza
Re: It started out as a feeling [Nymeria]
Apoyada sobre el alféizar de la ventana, había visto marchar a su marido al alba. Se había quedado observando su partida hasta que sus sus orbes dejaron de vislumbrar en la lejanía, la polvareda que levantaba su caballo. Se lamentaba de no ir con él, pero a la vez prefería quedarse en Lanza del Sol para cerciorarse de que todo iba correctamente y estar ahí en caso de que su gente la necesitase.
Se vistió y bajó al patio de armas a entrenar su manejo de la lanza y perfeccionar el lanzamiento de cuchillos. Lo segundo le encantaba cada vez más porque cada vez lo dominaba mejor. Incluso alguna vez se le había ocurrido practicar en su cuarto, pero dejó de hacerlo. Concretamente el día en el que estaba tirando uno contra la puerta y en ese preciso instante entró Mors. Gracias a los dioses el Príncipe de Dorne no acabó recibiendo el cuchillo sobre su cuerpo. Y gracias al carácter del Martell, aquello quedó en una simple anécdota divertida, aunque a Nymeria le reconcomía un poco el hecho de casi haber podido herir a su marido.
Tras acabar su pequeña rutina de armas, la princesa se dio un baño y se puso ropas más ligeras y cómodas. Paradójicamente, el día que no estaba su esposo, la jornada estaba siendo extremadamente tranquila y aburrida para la morena. De manera que, pese a ser una persona más bien activa e inquieta, aquel día acabó encerrándose en su alcoba. No a descansar precisamente, si no a estrujarse los sesos frente a aquella mesa que soportaba el mapa de Dorne. Había desarrollado, no obsesión, pero si mucho empeño y ahínco para conquistar el reino. Y no se iba a rendir ante aquello.
Se pasó horas y horas, pensando y debatiendo internamente sobre qué hacer y como hacerlo. Apenas hizo alguna pequeña pausa para comer o beber algo, sus pensamientos la tenían demasiado ocupada como para tener hambre. Ni si quiera se percató del paso del tiempo, de la caída de la noche ni la llegada de la madrugada. Tampoco de que alguien entró en la habitación, al menos al principio. Cuando si se dio cuenta, instintivamente su mano estaba cerca del puñal que había en su muslo, pero su cuerpo se relajó en cuanto reconoció las manos que la tocaban.
Solo la voz de Mors la hizo volver al mundo real. Sonrió e inclinó su cuerpo ligeramente hacia atrás, girando la cabeza hacia el hombro dónde su cónyuge había apoyado la cabeza. -Sin tí a mi lado, me resulta difícil conciliar el sueño. -murmuró, con voz cálida, antes de depositar un casto y dulce beso sobre los labios del Martell. -Te extrañé. -agregó con sinceridad mientras sus manos atraparon las de él, que se encontraban apoyadas sobre la cintura de Nymeria. Era una clara petición de que no la soltara, de que se quedara así con ella al menos un instante más. Lo había echado de menos.
Se vistió y bajó al patio de armas a entrenar su manejo de la lanza y perfeccionar el lanzamiento de cuchillos. Lo segundo le encantaba cada vez más porque cada vez lo dominaba mejor. Incluso alguna vez se le había ocurrido practicar en su cuarto, pero dejó de hacerlo. Concretamente el día en el que estaba tirando uno contra la puerta y en ese preciso instante entró Mors. Gracias a los dioses el Príncipe de Dorne no acabó recibiendo el cuchillo sobre su cuerpo. Y gracias al carácter del Martell, aquello quedó en una simple anécdota divertida, aunque a Nymeria le reconcomía un poco el hecho de casi haber podido herir a su marido.
Tras acabar su pequeña rutina de armas, la princesa se dio un baño y se puso ropas más ligeras y cómodas. Paradójicamente, el día que no estaba su esposo, la jornada estaba siendo extremadamente tranquila y aburrida para la morena. De manera que, pese a ser una persona más bien activa e inquieta, aquel día acabó encerrándose en su alcoba. No a descansar precisamente, si no a estrujarse los sesos frente a aquella mesa que soportaba el mapa de Dorne. Había desarrollado, no obsesión, pero si mucho empeño y ahínco para conquistar el reino. Y no se iba a rendir ante aquello.
Se pasó horas y horas, pensando y debatiendo internamente sobre qué hacer y como hacerlo. Apenas hizo alguna pequeña pausa para comer o beber algo, sus pensamientos la tenían demasiado ocupada como para tener hambre. Ni si quiera se percató del paso del tiempo, de la caída de la noche ni la llegada de la madrugada. Tampoco de que alguien entró en la habitación, al menos al principio. Cuando si se dio cuenta, instintivamente su mano estaba cerca del puñal que había en su muslo, pero su cuerpo se relajó en cuanto reconoció las manos que la tocaban.
Solo la voz de Mors la hizo volver al mundo real. Sonrió e inclinó su cuerpo ligeramente hacia atrás, girando la cabeza hacia el hombro dónde su cónyuge había apoyado la cabeza. -Sin tí a mi lado, me resulta difícil conciliar el sueño. -murmuró, con voz cálida, antes de depositar un casto y dulce beso sobre los labios del Martell. -Te extrañé. -agregó con sinceridad mientras sus manos atraparon las de él, que se encontraban apoyadas sobre la cintura de Nymeria. Era una clara petición de que no la soltara, de que se quedara así con ella al menos un instante más. Lo había echado de menos.
Nymeria- Realeza
- Localización : Lanza del Sol
Re: It started out as a feeling [Nymeria]
Desde que había conocido a Nymeria y desde que había empezado a compartir su vida y su pequeño reino con ella, tenerla lejos después de varias horas se le hacía bastante difícil. La solía extrañar al poco rato de dejar de verla. Por lo que había apurado todo lo posible el tiempo de vuelta. Quizá hubiera sido preferible pasar la noche en la ciudad de los Tablones, pero prefería pasar la noche en el lecho con su esposa, como prefería pasar todas las noches que le restaban de vida, hasta que los dioses, antiguos, nuevos o los que existieran, decidieran llevarse a alguno de los dos. El Martell esperaba que tardara mucho en suceder eso, lo suficiente para ver crecer a sus hijos, y por qué no, a sus futuros nietos.
Al llegar junto a Nymeria, esta pareció sobresaltarse ligeramente, pero se relajó cuando notó que era Mors el que estaba allí. el príncipe de Dorne sabía que de haber sido cualquier otro, y con intenciones dañinas hacia ella, probablemente habría acabado con la garganta abierta por alguno de los puñales que Nymeria escondía entre sus finas prendas de ropa. Mors le dedicó su mejor sonrisa a su princesa cuando esta le dijo que le resultaba difícil conciliar el sueño sin él. Aunque Mors sabía que su ausencia no era lo único que le quitaba el sueño a Nymeria. También aquel mapa que se extendía ante los ojos de ambos preocupaba a su esposa.
Notó las manos de Nymeria sobre las suyas, incitándole a que no las quitara de donde las tenía y dejó que Nymeria se inclinara hacia su cuerpo -Yo también te extrañé -reconoció el Martell, mirándola a los ojos -He pensado en ti todo el día -añadió, al tiempo que retiraba una de sus manos lentamente de la cintura al tiempo que afianzaba la otra, en señal de que no se estaba apartando. Con la mano ahora libre rebuscó en la bolsa que traía a un lado de su cuerpo y extraía de ella uno de los perfumes que había traído para Nymeria. Pegándose un poco más a la espalda de ella, pasó la mano por delante para tender ante ella el perfume -Y te he traído algunas cosas -añadió poniendo el primer frasquito como ejemplo.
Al llegar junto a Nymeria, esta pareció sobresaltarse ligeramente, pero se relajó cuando notó que era Mors el que estaba allí. el príncipe de Dorne sabía que de haber sido cualquier otro, y con intenciones dañinas hacia ella, probablemente habría acabado con la garganta abierta por alguno de los puñales que Nymeria escondía entre sus finas prendas de ropa. Mors le dedicó su mejor sonrisa a su princesa cuando esta le dijo que le resultaba difícil conciliar el sueño sin él. Aunque Mors sabía que su ausencia no era lo único que le quitaba el sueño a Nymeria. También aquel mapa que se extendía ante los ojos de ambos preocupaba a su esposa.
Notó las manos de Nymeria sobre las suyas, incitándole a que no las quitara de donde las tenía y dejó que Nymeria se inclinara hacia su cuerpo -Yo también te extrañé -reconoció el Martell, mirándola a los ojos -He pensado en ti todo el día -añadió, al tiempo que retiraba una de sus manos lentamente de la cintura al tiempo que afianzaba la otra, en señal de que no se estaba apartando. Con la mano ahora libre rebuscó en la bolsa que traía a un lado de su cuerpo y extraía de ella uno de los perfumes que había traído para Nymeria. Pegándose un poco más a la espalda de ella, pasó la mano por delante para tender ante ella el perfume -Y te he traído algunas cosas -añadió poniendo el primer frasquito como ejemplo.
Mors Martell- Realeza
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